Redireccionando...

martes, 9 de junio de 2015

De pija a motera

Tengo una vecina que es la caña. Pongamos que se llama S. Así, proponer un nombre. Pues resulta que mi compañera de pared era pija. Pija maja, eso sí, pero pija al fin y al cabo. Con niños en cole uniformado, plumífero de marca y bajo con jardín, amigas con apellidos compuestos y demás parafernalia o sea. Pija de manual.

La veía de vez en cuando, en esos momentos he hecho magdalenas y me han  quedado de muerte, prueba, reuniones esporádicas de comunidad de esas que alteran los nervios y en algún café mañanero post parada del bus del cole, pero, así sin más, deje de encontrarme con S. Qué sería de mi encantadora vecina? 


Un día vi una moto enorme saliendo del garaje con una pareja enfundada en cuero de lo más pro. Eran lo más parecido a los riders de la ruta 66 que había visto en mi vida. Walk on the wild side, ya saben. La fémina motera del asiento trasero levantó la pantalla de su casco y me saludó con energía. Adiós. Ya la hemos liado. Marido me mira perplejo ante ésta mi nueva amistad sobre dos ruedas. Y yo que no enfoco. Achino los ojos. Es S. En serio. Es S? Confirmado. Y el que dominaba el manillar de aquella pedazo de burra era su marido.

Hasta luego!!!!! Y servidora que pone cara de ah, pero no sabías que tienen moto? Querido, no estás nada puesto en cotilleo vecinal. Y por dentro muerta-matá. En qué momento mi vecina muta en catwoman y yo no me entero?


El caso es que con el paso de las semanas volví a encontrarme con mi dulce y sonriente S. Y no. Ni soltaba tacos al por mayor ni mascaba una ramita por la comisura. Seguía siendo mi S de toda la vida, pero con botas moteras y chupa de cuero con protecciones. 

Mi S ahora se había involucrado hasta la médula en el rollo moteril, se había bautizado como integrante de un grupo biker con nombre de reptil y se le iluminaban los ojos cuando hablaba de ello. Y yo me imaginaba a mi S rodeada de maromos fanáticos de los flecos de cuero y un escalofrío me recorría por la espalda, como si tuviera que salvarla de las garras del mismísimo Belcebú.


Si es que soy más de pueblo que las amapolas, que diría mi madre. Mi S se había vuelto motera, sí. Se había convertido en uno de esos bichos raros que se saludan con una pierna al cruzarse en la carretera y que tienen un código de honor no escrito que me río yo del Rey Arturo y sus caballeros. 

En mi preocupación por mi vecina, leí. Y resulta que ese colega medio melenudo y con gusto por el tema calaveril es lo más parecido a un príncipe sobre un corcel que verán ustedes en el siglo XXI.  No se rían que lo digo en serio. Ellos se saludan aunque no se conozcan, se hacen advertencias ante posibles peligros, se preocupan por los de la manada y por los que no lo son... Igual igual que la chupi-pandi del club de golf, a que sí?


No hay nada peor que la ignorancia y la pijería mal entendida. Ojalá hubiera más gente con el valor de mi S, que se montó en la chopper y mandó a paseo el te lo juro.

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