Redireccionando...

jueves, 23 de julio de 2015

Volver a empezar (o decir adiós II)

Ya me van a perdonar esta concatenación de posts con aire de drama. Ya saben que ésta que escribe lo hace a tumba abierta siempre, y ahora es esto lo que toca. Se van a reír, pero como que me está pareciendo que hablar de tendencias fashionistas maliciosas es un tanto superficial en este momento. Qué cosas.

El adiós está dicho, ahora viene el hola al infinito. Una tiene claro cómo se cierra una puerta. Con la llave para no hacer ruido como quien huye en silencio o con la ira que puede generar una traición. Hasta ahí las opciones son fácilmente identificables. Se elige (en caso de que se pueda) y listo. Ahí te quedas. Ciao bambino.

Y ahora what? Servidora ha cerrado la puerta haciendo retumbar hasta la cama de arena del gato de la vecina del séptimo. Bien remangada y con la bravura noble de un toro al salir a la plaza. Y ahí me tienen, con toda mi fuerza mirando al tendido. Que digo yo, que con lo bien que se estaba pastando en la finca, quién me mandaría a mí hacerle pensar al mundo que soy superwoman. Nadie, no me lo mandó nadie. Será que una es así de serie.

Si alguien puede con esto, ésa eres tú. Tú puedes con esto y com más. Pues mire, no lo diga muy alto a ver si alguien le va a oír y me va a mandar más. Y tampoco es eso.

Ni dónde, ni cómo, ni cuándo. Ni idea. No sé cómo será a partir de ahora. Lo del por qué, casi que lo dejo en objetos perdidos, no vaya a ser que me encariñe y me lo lleve para casa, y venga y dale a acariciar al por qué. Que no, que no. Que no quiero mascotas.

Cerrada la puerta, desde el felpudo sólo soy capaz de avistar un abismo, ahora sólo me queda decidir si cojo un vuelo regular, un jet privado, un helicóptero, me tiro en paracaídas o me arriesgo con el salto base. Porque yo, sentada en el welcome, no me quedo.





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