Redireccionando...

jueves, 9 de abril de 2015

Ser guay

Antes ser guay iba irremediablemente ligado a fumar. Mover el cigarrillo con un estudiado disloque de muñeca mientras entrecerraba los ojos y se sumergía usted en una nicotinada niebla. Un telón de misticismo, misterio y mal aliento. Toda esa parafernalia de la pitillera de plata con las iniciales grabadas en letra inglesa y un mechero prestado. Pocas cosas son capaces de despertar los instintos más primitivos de un caballero como el ritual de pedir fuego. Hay que reconocer que había verdaderas profesionales del tema...

Hoy ser guay pasa por condenar activamente el tabaco, repudiar públicamente a los fumadores y llevar una botella llena de una pasta líquida de color verdusco que le garantiza medio millón de antioxidantes, omegas 3 y 6, moléculas supervitaminadas y un par de poderes cósmicos. Eso sí, hay que bebérsela. Se acuerdan de los hombres-lagarto de V comiendo ratones? Disculpen. Desconozco por qué me ha venido esa imagen a la cabeza...


Alguien guay de los de antes destilaba esa cultura que imprimen los viajes, sabía inglés y chapurreaba media docena de frases en la lengua de las Galias. Apoyaba el codo en el respaldo del sofá, contaba anécdotas (posiblemente inventadas) de ciudades como Londres, París o Nueva York exageradamente aplaudidas por media docena de acólitos y si era guay en nivel máster, tenía un apartamento en alguna de ellas. Viajaba en primera, llamaba a los camareros por su nombre y les preguntaba por la familia. 

Ser guay hoy es haber viajado a todos los destinos de Easyjet  pertrechada con un palo-selfie, tener un porrón de likes en Instagram y que gente que no le conoce de nada le diga lo mona que sale usted en esa foto delante de la persiana grafiteada de la pescadería. Hablar en modo zen del retiro espiritual súper cool regado con agua Fiji en la casa del pueblo de Ciudad Real. Pedir sushi a domicilio y dar un euro de propina.


A un hombre guay de la vieja guardia le gustaban las mujeres más que comer con las manos. Jugaba al tenis. Tenía las manos grandes, era un galán de refinadísimos modales y lucía sus arrugas frontales como galones. Tocaba el piano, el saxo, la guitarra o las maracas y se arrancaba a la primera de cambio.

Hoy, si es usted un caballero y, además, es guay, necesita una exfoliante antibrillos, una hidratante antiarrugas de día y otra de noche, un sérum revitalizante, cita en la depiladora una vez al mes y retoque de cejas cada 15 días. Revísese en el reflejo de cada escaparate y no haga pira del gym salvo en caso de desastre natural (uno que haya arrancado de su ubicación al gimnasio, se entiende). Se lleva el estilo casual


Antes, las madres guays tenían niñera que les encañonara los faldones sembraditos de lazos, muchacha que puliera los radios de las ruedas del Silver Cross, y babysitter que cuidaba de la prole los viernes noche cuando ella se llenaba de perlas para socializar del brazo de su esposo. Esas mujeres jugaban al bridge y besaban vasos de anís cada tarde (una juerga), hervían los biberones y siempre tenían el pelo perfecto.

Las madres guays de hoy en día hacen running con sus vástagos metidos en carros-burbuja con ruedas anti-nieve, les visten con algodón reciclado y les apuntan a clases de chino. Las mamis que molan concilian, o eso me cuentan.


Una mujer guay de la antes era tener un estilo propio, una Audrey con bailarinas o una Coco con pantalón. 

Hoy, si es usted guay, debe tener, como poco, media docena de bolsos de marca bien visible, vestir del color de moda, acampanar o estrechar los pantalones como proceda y etiquetar como vintage cualquier prenda que tenga más de dos temporadas. Cortarse el pelo como la presentadora de moda, acuñar términos absurdos en inglés y ponerse fundas. 


Ser guay no es fácil.

1 comentario:

  1. Yo creo que para ser guay hay que ser como una es y ya.... a la porra con lo que piensen y con lo que digan (más aún) los demás....

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