Parece mentira, tanta emancipación de la mujer, tanta liberación, tanta igualdad, tanta independencia... y resulta que seguimos esperando a que el señor azul aparezca montado al galope en un corcel blanco, baje de su montura, hinque la rodilla y nos ofrezca medio kilo de diamante. Efectivamente. Un sinsentido en toda regla. Pero, a que mola?
Ir a la joyería y elegir pedrolo en soledad (aunque es el sueño de muchas) no tendría la misma gracia. Eso es así.
El caso es que muchas de nosotras ya hemos pasado ese momento apertura de cajita y brillo cegador... Así que ya hemos cubierto el cupo de brillantismos forever and ever. Ya tienen ustedes uno. Hale. Se siente.
El caso es que cuando me quedé embarazada y tuve la primera náusea, pensé, ya he tenido una. Es suficiente. Cuando tuve la primera contracción me vino la misma reflexión a la cabeza: una, ya vale. Cuando me tiraron por primera vez los puntos, no se lo van a creer, pero pensé exactamente lo mismo: una y no más. La primera noche sin dormir, la primera pataleta en plena calle... Qué cosas, verdad?
Sorprendentemente siempre hubo una segunda, una tercera, una cuarta... Pero joyerío en mi dedo, sólo uno...
Algo hay que no estamos haciendo bien. No pretendo insinuar que por cada drama que sí se ha repetido, haya que anillarse... Puede utilizarse ese carbono tan atractivo para celebraciones más allá de promesas y nacimientos... Un porque sí, un porque te quiero, un porque estoy orgulloso de ti, un porque te apoyo...
Si es usted ese tipo de mujer a la que se le van los ojos a la piedra gorda del escaparate de la joyería, dígalo. Que ni es pecado, ni cobran por decirlo en alto.
El problema de todo esto es la parte ñoña: comprarse una misma estas cosas no tiene gracia ninguna. Lo que mola es que se lo regalen a una. A poder ser, que se le ocurra al regalador solito y no tener que convencer a quien corresponda de efectuar la inversión. Y que acierten, claro. Que esa es otra.
Si ha sido usted buena este año, si se ha portado usted bien, pida. Le garantizo que no hay ninguna ley en la que se imponga un racionamiento de diamantes por mujer.
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